China es líder global en energía solar, energía nuclear, energía eólica, trenes de alta velocidad, vehículos eléctricos, minerales críticos, reforestación, y mercados de carbono. No está claro si gracias a, o a pesar de, ser un Estado autoritario. El gigante asiático instaló más de 210 Gigawatts (miles de millones de watts) de paneles solares en sólo en 2023 (tres veces la capacidad total existente de generación de electricidad en México), lo que representa – en un año – el doble de lo que los Estados Unidos poseen en total. Se proyecta que China logre instalar más de 1,000 Gigawatts solares en 2026, casi lo mismo que hay actualmente en todo el mundo; además de producir el 80% de los paneles solares que se venden en el planeta. China tiene en construcción 26 centrales nucleares – además de las 55 que ya posee. Se trata de energía limpia, de cero emisiones de CO2, confiable, estable y disponible todo el tiempo, que ofrece una plataforma indispensable para el desarrollo de energías limpias intermitentes como la solar y eólica. En vehículos eléctricos, la empresa China BYD justo sobrepasó a Tesla en su producción y venta, con más de 3 millones de autos vendidos en 2023. Esta empresa posee un modelo de producción altamente integrado; fabrica sus propias baterías, y es capaz de ofrecer al mercado vehículos eléctricos de bajo costo de apenas 10 mil dólares. Todo ello se soporta en una red formidable de estaciones de recarga eléctrica, facilitada por ciudades chinas densas y compactas. En total, China concentra el 60% de la venta mundial de autos eléctricos con más de 250 modelos, que satisfacen cada capricho del consumidor, y el 80% de la producción global de baterías. En energía eólica, China también es líder mundial, con la más grande capacidad instalada en el mundo, que se acerca a los 400 Gigawatts. Hay en China varias empresas líderes en el diseño y fabricación de turbinas eólicas, las cuales se exportan a diversos países. En cuanto a trenes de alta velocidad, China posee una red de más de 42 mil kilómetros, mayor a la suma de lo observado en todos los demás países del mundo. En producción de minerales críticos (litio, tierras raras) para la transición energética, también China es líder mundial, produciendo y procesando hasta el 80% del total global. En reforestación y captura de carbono, tampoco China tiene rival. Desde hace casi cuatro décadas lleva a cabo el programa de restauración forestal y creación de boques más grande del mundo, el cual abarca ya casi 70 millones de hectáreas (35% de la superficie total de México), capaces de capturar hasta el 10’% de todas las emisiones de CO2 de ese país.
Todo lo anterior, le ha permitido a China “desacoplar” su crecimiento de las emisiones per cápita de CO2. El PIB de China se ha multiplicado por 10 desde 1990, mientras que las emisiones per cápita apenas se han duplicado, lo que anticipa la posibilidad de un acelerado proceso de desarrollo sostenible.
En contraste a estos avances y liderazgo espectaculares, China tiene un preocupante “lado obscuro” en materia climática. Conforme crecen los ingresos de su población, sus expectativas y patrones de consumo van cambiando. Por ejemplo, el consumo de carne de res se ha disparado, alimento que tiene un brutal impacto ambiental y climático: su huella de carbono es seis veces superior a la carne de cerdo. El consumo de leche crece exponencialmente y se triplicará hacia el 2050. Ambas tendencias harán que aumenten las emisiones globales del ganado en más de 30%, así como las presiones hacia la deforestación, y el agotamiento de recursos hídricos. Igual de grave es la persistencia de la generación de electricidad con carbón, lo cual representa el 70% de la huella de carbono de China. Aunque el gigante asiático ha cerrado plantas carboeléctricas por más de 70 Gigawatts, están en construcción o en autorización otros 243 Gigawatts de este tipo de centrales eléctricas, con una lógica de seguridad energética a toda costa. También gravitan en el “lado obscuro” consideraciones de derechos humanos: casi la mitad del silicón para paneles solares se produce en Xinjiang, donde la población Uyghur (musulmana) ha sido sometida a medidas abusivas de control y represión. Por último, es de preocupar la creciente centralización de poder y de decisiones en detrimento del mercado, las empresas y la sociedad civil, algo que anquilosaría y paralizaría las capacidades de competencia e innovación tecnológica, y adaptación al cambio climático. Esto puede ser grave, ya que China es muy vulnerable a sequías, inundaciones, subsidencia de suelos y elevación del nivel del mar, lo que exige la construcción de gigantescos sistemas e infraestructura de transferencia y trasvase de agua, así como miles de kilómetros de diques para protección costera. Igualmente, China será vulnerable a la desaceleración económica, envejecimiento de la población, tensiones políticas y militares con Estados Unidos y sus vecinos asiáticos, y, proteccionismo comercial, sobre todo, ante el probable regreso de Trump a la presidencia.