El gobierno del presidente López ha sido un fracaso sin precedente en la historia moderna de México, en todos los órdenes de la vida nacional. Educación, economía, salud, seguridad, política exterior, energía, medio ambiente, combate a la corrupción, y lucha contra la pobreza, han sufrido la frenética compulsión destructiva del Ejecutivo, que no se acompaña por ninguna visión o proyecto coherente de país. Cualquier sistema de indicadores podrá documentar de manera elocuente esta tragedia. Si me obligaran, sin embargo, a señalar el fracaso de mayor alcance y consecuencias me inclinaría por lo ocurrido en el sistema de educación pública. Como todo el mundo sabe, una educación pública de calidad es el prerrequisito ineludible para la formación de capital social y humano, y para elevar la productividad, por tanto, para promover eficazmente el desarrollo económico y abatir la pobreza.
El presidente López ha cometido innumerables atrocidades contra la educación pública, contra las niñas y niños mexicanos y su futuro. Extrañamente, lo ha perpetrado sin apenas reacciones de oposición y de protesta, lo cual expresa tristemente, el talante resignado, impotente o cómplice de la sociedad y de madres y padres de familia en particular. Es indispensable intentar un inventario breve de todo ello. El presidente López destruyó la Reforma Educativa de 2013; volvió a entregar la educación pública básica a mafias sindicales (CNTE), y eliminó al Instituto Nacional de Evaluación de la Educación; con ello, desterró el mérito magisterial y la calidad docente. De 2018 a la fecha, el presupuesto para la formación integral de personal docente se ha reducido en casi 90%. López despareció a las Escuelas de Tiempo Completo, esenciales para una formación digna, integral y de calidad en los alumnos de primaria. 70% de tales escuelas se encontraban en zonas indígenas y rurales, y 55% de los niños beneficiarios se ubicaban debajo de la línea de pobreza. Se extirpó así, también, un factor de mejora nutricional ya que la mayor parte de los alumnos recibían su primer alimento diario en las escuelas de tiempo completo. Cerca de 4 millones de niños fueron afectados, sin contar el impacto sobre las madres que se han quedado sin la posibilidad de trabajar y de llevar ingresos adicionales a los hogares. Exterminó también al Instituto Nacional de Infraestructura Física Educativa, a cargo de la construcción y mantenimiento de escuelas. A cambio de ello, el presidente López creó el programa “La Escuela es Nuestra” consistente en una danza gigantesca de subsidios clientelares y con fines político-electorales, entregados directamente a los padres de familia; sin reglas de operación adecuadas ni rendición de cuentas o fiscalización, sin diagnósticos ni prioridades, sin planeación ni control, sin evaluación ni monitoreo, sin transparencia, y rebosante de corrupción. Por otro lado, se ha desplomado la matrícula educativa: el abandono escolar llega ya casi a 3 millones de niños y jóvenes, que ingresan a la informalidad, o son reclutados por el crimen organizado. Las becas otorgadas, igualmente con una lógica clientelar y político-electoral, no están focalizadas y no han frenado en lo absoluto la deserción escolar, sino más bien, parecen haber promovido el consumo de alcohol, tabaco y drogas entre los jóvenes. Además, tienen impactos profundamente regresivos, en la medida en que se concentran en el quintil más alto de ingresos. Es una política totalmente fallida y perversa.
De la misma forma, el presidente López ha eliminado los exámenes internacionales de evaluación de la educación, como la prueba PISA aplicada por la OCDE en materia de matemáticas, comprensión de lectura y ciencias, esencial para conocer las competencias absolutas y relativas de los estudiantes, entre países y entre entidades federativas de México. La motivación es que no se conozca el deterioro creciente de la educación pública en nuestro país, ni las gravísimas consecuencias que ello tendrá sobre el desempeño laboral futuro de los estudiantes. También, abrir la puerta a la ideologización de la educación y al adoctrinamiento de los niños. En este contexto, la política de la “Nueva Escuela Mexicana” instrumentada por el gobierno del presidente López pretende acabar con criterios de calidad y competencia en matemáticas, inglés y computación, y sustituirlos por propaganda política, fundamentalismos culturales retardatarios y distorsiones ideológicas radicales. El desprecio avieso del presidente López por la educación queda plenamente ilustrado con la designación de personas a cargo de la Secretaría de Educación Pública ostensiblemente ineptas que carecen de los conocimientos, capacidad intelectual, y formación académica mínima. Sólo han envilecido el puesto y brillado por su estulticia. Representan perfiles vergonzantes que llenan de oprobio a la educación pública, más aún ante la estatura de quienes los precedieron en el cargo como Justo Sierra, Vasconcelos, Bassols, Torres Bodet, o Reyes Heroles. Se trata ahora de la construcción de una Kakistocracia, el gobierno de los peores.