El potencial de la tecnología informática, del Big Data y de la inteligencia artificial (IA) para incidir en la democracia y procesos electorales es inquietante, y tiene diversas vertientes. Las cosas deben analizarse con relativa urgencia, en la medida en que el próximo año un buen número de países tendrá procesos electorales definitorios, tales como Estados Unidos, la India, Gran Bretaña, Indonesia, Taiwán, y desde luego, México.
La primera es la propaganda, o, capacidad para manipular a la opinión pública, y producir desinformación. La inteligencia artificial generativa es capaz de crear textos sofisticados, así como imágenes y vídeos falsos dirigidos a influenciar el ánimo de los electores, a través de una verdadera estrategia de “propaganda robótica”. Si bien la desinformación siempre ha sido un problema en las democracias representativas, la tecnología puede multiplicarla y hacerla más persuasiva, y también, dirigirla de manera focalizada o personalizada a distintos grupos de opinión. Aquí, es particularmente importante la veta de los indecisos (los convencidos y militantes difícilmente cambian su voto), en los cuales, la propaganda tecnológica podría tener un fuerte efecto inductor. Sin embargo, al final, todos los partidos en lisa recurrirían a las mismas técnicas, por lo que es posible que los efectos se cancelen unos a otros, y que la resultante final sea casi neutra. La propaganda basada en IA y Big Data igualmente es capaz de promover “burbujas informativas”, donde personas y grupos de interés quedan atrapados en información que refuerza sus propios prejuicios o ideologías prexistentes, lo que provoca endogamia ideológica y contribuye a una mayor polarización en la sociedad. En la segunda, podría hacerse una conjetura o especulación razonable con respecto a la incidencia de la tecnología en los mecanismos de decisión política colectiva, en la cual, se harían irrelevantes las elecciones. Esto va más allá del propio voto electrónico. Si se llega a dar un proceso permanente y creíble de monitoreo de la opinión pública, en encuestas casi continuas, sería posible legitimarlas electoralmente, y obviar de plano los procesos electorales convencionales. Simplemente, cada determinado periodo, cambiarían los poderes de acuerdo a las preferencias detectadas en un momento dado por la inteligencia artificial. Por supuesto, que tendría, en este caso, que existir un mecanismo eficaz para evitar el hackeo del proceso.
La tercera, es el uso de la tecnología para controlar y reprimir la discusión y conversación colectiva, y para orientar el sentimiento y la opinión pública en determinadas direcciones y tópicos, propiamente, como ocurre en los estados totalitarios, donde hay un funcionamiento más o menos extendido de redes sociales. La cuarta, es la propaganda transnacional, donde ejércitos de bots y volúmenes gigantescos de desinformación tendrían la capacidad de influir en los procesos electorales de otros países. El más cercano ejemplo es el de Rusia en favor de Trump, o en favor de Viktor Orbán en Hungría, Bolsonaro, López o Lula. Las gigantescas granjas de Bots pueden permitirle a Rusia criar ejércitos de opinión y volúmenes astronómicos de desinformación para beneficiar a partidos o candidatos favorables, como podría ser el caso de Morena. (Sobre todo, después de a ignominiosa invitación a criminales de guerra rusos al desfile del 16 de septiembre). Tik Tok, por ejemplo, tiene vínculos con el Partido Comunista de China, y podría tratar de influir políticamente en distintos países. De hecho, hoy en día las redes sociales de Taiwán están saturadas desde China en favor del Kuomintang. (Que promueve un acercamiento con el régimen de Pekín). Una quinta, es la ruptura de la privacidad, donde la IA y el Big Data pueden abusar de los datos personales de los electores, tanto con fines políticos como comerciales.
Pero no todo debe ser preocupante. La IA y el Big Data también son capaces de facilitar la participación ciudadana al hacer que la información sea más accesible, y al permitir una comunicación más efectiva entre los ciudadanos y sus representantes. También la IA hace factible analizar grandes cantidades de datos sociales, medios, tendencias, temas de interés y sentido de la opinión pública, lo que puede ayudar a los políticos a valorar mejor las necesidades y preocupaciones de sus electores. Lo anterior, además de que la IA hace factible personalizar mensajes y estrategias de campaña para llegar a grupos específicos de interés, lo que haría más eficientes a los procesos electorales. Más aun y paradójicamente, la IA hace posible detectar campañas de desinformación en redes sociales y otros medios, lo que permitiría desactivarlas, y ayudaría a mantener la equidad de los procesos electorales. En todo caso, la educación digital será esencial para que los ciudadanos puedan discernir tendencias o manipulación en redes sociales, en el contexto de un caudal vertiginoso de información. ¿Se deben regular los algoritmos de inteligencia artificial? Para un país como México, prácticamente ajeno al desarrollo de la AI, la idea es totalmente fantasiosa. Esto, además de que los algoritmos de IA son sumamente complejos, lo que dificulta su comprensión para reguladores potenciales, y la determinación de responsabilidades.