En el siglo XIX tomó forma el movimiento sionista encabezado por Theodor Herzl, que buscaba el establecimiento de un Estado soberano judío en Palestina. Muchos judíos emigraron a Palestina, entonces, parte del Imperio Otomano. Después de la Primera Guerra Mundial, Palestina pasó a manos de la Gran Bretaña, quien restringió la colonización judía. Después del Holocausto, en la Segunda Guerra Mundial, obviamente, judíos europeos abrazaron la causa sionista y arribaron a su antigua tierra. En 1947, la ONU resolvió la partición de Palestina y la creación de dos Estados, el Estado de Israel y el Estado Palestino árabe, quedando Jerusalén bajo un estatuto internacional. Estados Unidos y la Unión Soviética reconocieron al nuevo Estado de Israel. Muchos árabes palestinos permanecieron dentro del Estado de Israel, al grado que, en la actualidad, aproximadamente el 20% de la población de Israel está constituida por árabes palestinos. Países árabes (Egipto, Siria, Irak, Jordania, Líbano, Yemen y Arabia Saudita) emprendieron entonces, en 1948, una guerra contra Israel con la finalidad de borrarlo del mapa. Israel los derrotó y logró consolidar sus fronteras, dejando, básicamente, a Gaza y Cisjordania en manos árabes: Cisjordania quedó bajo control de Jordania, mientras que Gaza fue ocupada por Egipto. La solución de dos Estados se encontraba a la mano; pero los palestinos-árabes se negaron. Ni Jordania ni Egipto aceptaron crear un Estado palestino. En 1967, Egipto, Siria y Jordania lanzaron otra guerra contra Israel; también fueron derrotados en los tres frentes. Fue la Guerra de los Seis Días. Como consecuencia, Israel ocupó la península, del Sinaí, Gaza, Cisjordania y las Alturas del Golán. Fue una bochornosa humillación para los países árabes. Anuar Sadat, dictador de Egipto, preparó durante varios años la revancha, paradójicamente, con la ayuda de la Unión Soviética.
Así, en 1973, y de manera coordinada con Siria, Egipto lanzó otra guerra contra Israel (Guerra del Yom Kipur). De nuevo, fueron derrotados por los israelíes. Israel, para alcanzar la paz, devolvió en 1978 a Egipto la península del Sinaí, gracias a los Acuerdos de Campo David. Gaza permaneció ocupada por Israel, al igual que Cisjordania. Los palestinos se negaron, nuevamente, a crear un Estado propio. En 1993 se firmaron los Acuerdos de Oslo entre el gobierno de Israel y la Organización para la Liberación Palestina (OLP) con el objetivo de alcanzar gradualmente el autogobierno palestino en Gaza y Cisjordania. En el año 2000, también en Campo David, el Primer Ministro Israelí Ehud Barak y el líder palestino Yasser Arafat habían llegado a un acuerdo básico para la creación del Estado Palestino. Sin embargo, el lado palestino abortó la negociación final al exigir cambios al estatus de Jerusalén, y el retorno de dos millones de refugiados palestinos. Hubo otras iniciativas similares en 2002 y 2007, que igualmente fracasaron. Israel se retiró total y unilateralmente de Gaza en el 2005, desmantelando asentamientos judíos e instalaciones militares. En ese vacío, Hamas llegó al poder en Gaza en 2007 tras ganar una elección y enfrentarse violentamente a la Autoridad Palestina. Hamas impuso una dictadura fundamentalista en Gaza, asumiendo como objetivo existencial la destrucción del Estado de Israel. Hamas emprendió regularmente acciones terroristas contra Israel que generaron consecuentemente respuestas militares rotundas. Israel, por su parte, aceleró la ocupación ilegal de Cisjordania (gobernada por la Autoridad Palestina) mediante asentamientos judíos, lo que poco a poco fue haciendo territorialmente menos viable crear un Estado Palestino. Estas frustraciones alimentaron varias insurrecciones palestinas (Intifadas) que se saldaron con gran violencia. A Hamas no le interesa crear un Estado Palestino en Gaza y Cisjordania, ni entrar en negociaciones. Hamas recibe un fuerte apoyo de Irán, y tiene como aliado a la milicia-partido político teocrático Hezbolá (responsable de la demolición de Líbano). Ambos, también, buscan la destrucción de Israel. Hamas utiliza los presupuestos públicos de Gaza, no para servicios públicos, sino para infraestructura militar (red de túneles) y armamento capaz de golpear a Israel. Irónicamente, a Netanyahu le ha sido funcional la intransigencia de Hamas; así aduce la ausencia de un interlocutor, y justifica la imposibilidad de un Estado Palestino.
Después de la terrible demostración logística, operativa y de crueldad extrema que demostró Hamas el 7 de octubre contra Israel, el Estado Judío tiene un primer dilema: el imperativo de eliminar totalmente a Hamas en Gaza, frente a exigencias morales y políticas de evitar una catástrofe humanitaria. El segundo dilema es qué hacer con Gaza después de la extirpación de Hamas: protectorado de la ONU, ocupación israelí indefinida, o gobierno de la Autoridad Palestina, Un tercer dilema parte de que la solución de dos Estados se vislumbra ahora aún menos probable. Si Israel decide consumar la ocupación y anexión de Cisjordania, tendría, bajo un régimen democrático, que darle el voto a la población palestina y correr con ello el riesgo de desaparecer como Estado Judío. De lo contrario, tendría de imponer un sistema de Apartheid contra los palestinos como el que sufrió la población negra de Sudáfrica por parte de la minoría blanca hasta 1994.