Agua, soluciones radicales para la CDMX

La sequía ya de varios años en gran parte del País (con todo y los días insólitos de esta semana) – vinculada al calentamiento global – impone un enorme desafío de abastecimiento de agua para la Zona Metropolitana de la CDMX. Nuestra metrópolis consume alrededor de 70 metros cúbicos por segundo de agua (70 m3/seg), de los cuales aproximadamente 20 m3/seg han provenido de cuencas externas, como lo son la de Lerma y Cutzamala; el resto, esencialmente, se extrae de los acuíferos subterráneos, cuya sobreexplotación provoca su agotamiento, además del hundimiento de la ciudad y graves daños a muchas edificaciones. Con la sequía, las presas del sistema Cutzamala se encuentran a menos del 25% de su capacidad, lo que impondrá una escasez sin precedente y la necesidad de racionamientos. Los modelos y escenarios climáticos regionales no permiten algún optimismo para el futuro previsible. Es imperativo considerar soluciones a largo plazo que deberían significar un caudal adicional de al menos 10 m3/seg. (Desde luego, aparte de medidas de eficiencia y rehabilitación de la red para reducir pérdidas – que son del 40% – y de captación de agua pluvial).

La economía mexicana en 2050

La estructura y marcha de la economía nacional (y de la economía global) hacia la mitad del siglo estarán determinadas en buena medida por la lucha contra el cambio climático, y por el imperativo de lograr cero emisiones netas de CO2. México es de los pocos países de la OCDE y del G-20 que no ha planteado metas y programas de cero emisiones de CO2 al 2050. Esto requiere un ejercicio detallado de planeación y política industrial, energética, fiscal, agropecuaria y forestal, en el contexto de compromisos internacionales, pero también de los propios intereses de nuestro país. Se trata de un enorme desafío tecnológico, financiero, de inversión pública y privada, y cambio de hábitos de comportamiento y consumo en movilidad, uso de la energía y alimentación. De ello dependerá no sólo el abatimiento de emisiones de CO2, sino la competitividad del país, su proceso de desarrollo, y su posición en el tablero geopolítico mundial.

Presupuesto 2024, radiografía de la “4T”

El presupuesto para 2024 que Morena ha aprobado en la Cámara de Diputados el día de ayer representa una cínica confesión. Refleja sin ambages la visión, prioridades, fobias, rencores, venganzas y obsesiones de un gobierno populista por acumular más poder y mantenerlo a toda costa, más allá de cualquier pudor histórico. Es de destacarse su magnitud sin precedente (9.2 billones de pesos o 25% del PIB), al igual que el déficit que conlleva (5% del PIB o casi 2 billones de pesos), el cual será financiado con un endeudamiento que no tiene parangón en décadas. El saldo de la deuda acumulado desde 2018 se habrá más que duplicado en 2024. El costo de su servicio (costo financiero) superará 1.2 billones de pesos. El 60% del gasto programable es gasto corriente, que irá en buena medida a subsidios clientelares (1 billón de pesos) con la finalidad expresa de comprar votos y voluntades para la próxima elección. Sobresalen también proyectos megalómanos improductivos que concentran la inversión pública, como el Tren Maya y la refinería de Dos Bocas (casi 300 mil millones de pesos – 300 MMDP) que han llegado a un sobrecosto de casi 300%, y que nunca serán rentables. Otro rasgo sobresaliente es la militarización. El presupuesto asignado a los militares (Sedena) se habrá disparado en 2024 a 750 MMDP, que representa más de 220 % con respecto a 2018.

Acapulco, catástrofe y oportunidad

Acapulco es un sitio privilegiado en términos de valores ambientales, escénicos y paisajísticos, que lo hicieron, en su tiempo, un destino turístico de enorme prestigio internacional. Sin embargo, ha sido tal vez el municipio peor gobernado de México en las últimas décadas.

El huracán Otis ha sembrado ruinas sobre una agobiante decadencia, degradación, y desprestigio. Sus impactos han sido brutales. Acapulco podría quedar en ruinas durante décadas, en un escenario inercial, sin una batuta externa y sin un catalizador institucional, político, y financiero determinante. Se requiere una acción radical.